El sonido atronador de los misiles rompía el silencio de la madrugada en Kiev. Como el llanto del recién nacido que interrumpe el sueño de unos padres primerizos; con sobresalto y el corazón en un puño.
La oscura noche, sin luna, se enciendía a fogonazos bajo el ataque de los ignorantes, que seguían al mayor de todos, al que cree ser Dios. Gritos y llantos de hombres, mujeres y niños me erizaba la piel, rasgada por la metralla.
Los tenues rayos del sol que acariciaban el horizonte, daban paso al infierno de la mañana, que no era muy distinto del de la noche. Otro día de supervivencia. Y hoy podría ser el último.